Su apellido estuvo -y sigue estando- en la mesa de los santarroseños desde hace más de 80 años. Sifones verdes, antes de vidrio, luego de plástico, que distribuían a lo largo y ancho de la ciudad con su familia.
Manolo -Manuel- Feijoo hoy cumple 90 años. “Nací y vivo en esta casa, primero acá al lado. Tenía 20 años, y pude comprar el terrenito baldío vecino. Me ayudó mi papá, y con el tiempo me hice esta casa”. “Yo le tengo mucho cariño a este lugar, a esta tierra” y señala las baldosas, con orgullo. Sus 3 hijos y 7 nietos van y vienen todo el tiempo de esa misma casa.
En el comienzo fue Feijoo e hijos. Luego Feijoo y hermanos. 400 clientes llegaron a tener. Siempre en familia, fabricaban 400 litros de soda por día. En época de calor 500. En los 90´ la cosa empezó a ir para abajo. Recuerda Manolo: el consumo empezó a disminuir, apareció el sifón descartable, la botella, “a veces los cambios no gustan, pero hay que aceptarlos” dice, y asienta con un gesto.
Un día, ya pisando los 80 años, Manolo y su hermano Paco decidieron cerrar. No podían más. Entre los dos le informaron a los clientes que le dejaban la clientela a Marito -un empleado de otra sodería que hoy lleva soda y agua en Santa Rosa y Toay-.
Hoy Manolo festeja 90 abriles. Tiene 34 invitados. “Especiales todos”, enfatiza. Llevó la invitación personalmente a cada uno. Él mismo decidió cada detalle. Empezó en febrero con la organización -cuentan Cecilia y Alejandra, sus hijas- el lugar, la música “¡me querían poner folklore!” -ni se te ocurra- les dijo. “Me ponés unos buenos tangos de D’ Arienzo y unos paso doble español esos que te hacen saltar de la silla, y una musiquita moderna, esa que te hace mover solo”. Así será.
Hábitos. “Siempre me levanté a las 5 de la mañana, y en verano más, había más trabajo”. Todo sigue igual. Se despierta y lee el diario. Completo. Costumbres arraigadas.
De Zamora a La Pampa. Sus padres nacieron ambos en Cabaña de Sayago, provincia de Zamora, España. Su hermano mayor, Paco, tenía 8 meses cuando emigraron a la Argentina. Tenían un “tío” en Santa Rosa, por eso vinieron hasta acá: “alguien con quien conversar o pedirle un dato, se llamaba Lázaro Romero”. Aurelio Feijoo trabajó en la Compañía de Electricidad -previa a la cooperativa-, luego lo trasladan a Pringles en provincia de Buenos Aires, pero finalmente volvió a instalarse en Santa Rosa.
¿Una pasión? River. “Tenía 5 años, la ciudad era todo un arenal, y encontré una chapita enterrada en la arena ‘Club Atlético River Plate, Campeón’» decía. Se lo leyó su hermana mayor, Aurelia. Desde ese momento, es fanático. Fue 4 veces a la cancha. Cuando le meten un gol a River, apaga la tele. Este año, su nieto Bautista lo llevó a conocer el Museo Histórico, y pisó la cancha por primera vez. Emoción total.
«El que guarda siempre tiene, dichos que tienen vigencia y tendrán para siempre”.
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¿Hobbies? “No, la verdad que no. No me sobraba tiempo”. Empezó a trabajar a las 15 con su papá, y siguió con la sodería hasta los 80. Sin embargo “con toda honestidad”, aclara, “lo que hice, lo hice con mucho gusto siempre. ¿El único problema? cuando llovía, eso si que no me gustaba…”.
El comienzo El 1 de marzo de 1937 su papá abrió la sodería en la ciudad de Santa Rosa -Manolo recuerda fecha exacta de todo- “La compró con sus ahorros, bien europeo, siempre guardando ‘el que guarda siempre tiene’ dichos que tienen vigencia y tendrán para siempre”.
Así comenzó la historia que terminó el 22 de mayo del 2010. Más de 70 años después. “Y así…siempre haciendo soda. Cuando papá compró yo tenía 5 años. Andaba en una jardinera con tracción a sangre, no había otra cosa, era el medio de transporte para el reparto.”
¿Y por qué la soda? “Papá siempre tuvo conocimientos de electricidad, por haber trabajado en la compañía de electricidad”. Eso lo acercó a emprender en ese negocio y una oportunidad de venta que surgió.”
Cuentan por ahí, que el caballo conocía tan bien el recorrido, que cuando Don Feijóo se bajaba a dejar la soda en una casa, el percherón seguía solo hasta el domicilio del siguiente cliente, y lo tenía que alcanzar caminando.
¿Trabajar en familia? “Bien, papá siempre fue muy recto, pero fuimos muy independientes”. Con su hermano Paco dejaron el negocio cuando ya no podían más, “le teníamos cariño a lo que hacíamos. Tuvimos que dejar. tal vez seguí de más. Hoy lo estoy pagando con ciertos dolores”, reconoce.
Agradecido “Yo siempre digo que no todo será casualidad: es cariño, o amor. Nací y termino mis años en la misma casa. No se dan muchos casos así. Toda la vida en el mismo lugar. La vida se me dio así. Siempre agradezco eso.»
¿Le gustaría volver el tiempo atrás? “el modernismo bienvenido sea, pero hay cosas que se han perdido, y cuesta mucho recuperarlas: faltan buenos ejemplos”. “Si volviera el tiempo atrás, haría lo mismo. A mi me gustaba andar” confiesa, “recorrer esas calles con 20 cm de arena, las de tosca más cerca de la Plaza…”
La vida, hoy. “Es triste cuando escuchás que los jóvenes se quieren ir del país. Éramos el granero del mundo, se trabajaba todo a mano, pero la historia empezó a cambiar en un momento. El modernismo y otras costumbres. Creo que va a tardar muchas generaciones en reconstruirse este país. Hay condiciones muy importantes, la riqueza…pero no lo hemos sabido valorar, creo yo. Esa es mi opinión”.
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¿Leíste Recuerdo de un médico rural? -me pregunta. Se refiere al libro de Favaloro y su paso por Jacinto Aráuz. “Ese libro explica muchas cosas. Lo tengo en la mesa de luz, lo cuido como un tesoro.”
Pandemia. “Hasta que apareció esta peste…y nos encerraron”, reniega. Todos los días hace 40 minutos de bicicleta, mirando por la ventana. Antes de la pandemia iba al gimnasio, pero el aislamiento obligatorio lo hizo estar dos meses y medio parado “eso me hizo muy mal. A esta edad tenés que seguir siempre en movimiento”
La sodería. Todo sigue ahí hoy, casi intacto. Manolo va todos los días. Prende la luz. Mira. Ordena. Limpia. “Andamos en tratativas para vender una máquina grande que tenemos” nos cuenta.
Le gusta volver. Es su rutina. Sale de su casa. Cruza el patio con su gato -que se llamaba Bryan Romero, hasta que ése jugador de River erró un gol y le retiró el nombre-. Abre la puerta. Las ventanas. Los recuerdos “con un bastón para sentirme seguro, pero voy para adelante”.
Felices 90, Manolo.
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