El docente Daniel Fornerón reflexiona sobre las múltiples expresiones de violencia que se replican en nuestra sociedad: desde los crecientes hechos delictivos, hasta los cortes «patoteriles» en vía pública, las víctimas en manos de fuerzas de seguridad, la impunidad para los «amigos» del poder político, los derechos humanos para algunos, y la violencia simbólica.
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Hace ya mucho tiempo que nuestro país se ha sumergido en una nebulosa de violencia, sin parecer encontrarle una solución a corto plazo, a pesar que ya se torna evidente que nos dirigimos a un modelo de sociedad inviable.
Es lamentable observar como la violencia se señorea por las calles en todas sus formas y matices: desde la violencia física cabalmente reflejada a través de las alarmantes estadísticas de hechos delictivos que muestran un aumento exponencial con la absoluta complacencia de la élite política, siendo algunos de ellos ya internalizados como legítimos por quienes deberían ser los defensores de nuestros derechos.
Tal es el caso de los distintos cortes a la vía pública que a diario se repiten a lo largo del país, muchos de los cuales algunas veces sostienen reclamos atendibles y otras veces sólo son productos de un sindicalismo corrupto y patoteril, pero que a los ojos de nuestro presidente son reconocidos como sindicalistas paradigmáticos.
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También florece la violencia institucional, como los casos de las víctimas a manos de las fuerzas de seguridad en pleno período de pandemia y que sin embargo pasaron desapercibidas para los organismos de derechos humanos (como si estos sólo fuesen para ciertos argentinos), o el resonante caso de la fiesta de cumpleaños en plena Casa Rosada, al mismo tiempo que nuestra máxima autoridad política retaba a los estúpidos que osaran romper las reglas de aislamiento; o cuando nuestro tan pampeano banco no te recibe aquellos dólares que el mismo te vendió hace algunos meses atrás, pero te reconoce plenamente que es una moneda de curso legal.
Por supuesto que también la violencia simbólica se hace presente a diario, como cuando leemos que nuestro ministro de hacienda reconoce haber realizado acciones fraudulentas para evadir impuestos relacionados a la empresa estatal Pampetrol: ¿qué pensará el jubilado que con esfuerzo paga puntualmente sus impuestos? ¿Como desmentir la idea de casta política cuando seguramente dicho burócrata seguirá en su función gozando de todos sus privilegios? ¿No es acaso violento saber que los invitados a la fiesta en la Casa Rosada saldarán sus causas legales con cifras irrisorias de dinero, como si la ley se pudiese vilmente comprar? ¿No es violento observar cómo la clase dirigente se pelea por el control del Consejo de la Magistratura, mientras el país viaja a la deriva con un índice de pobreza propio de países africanos? ¿O acaso no es violento ver caminar libremente a quien la semana pasada te asaltó, mientras que quien desea iniciar un negocio debe salvar miles de trabas impuestas por el estado?
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Creo que como pueblo hemos perdido la capacidad de asombro y empezamos a naturalizar la violencia que a diario nos bombardea, dejándonos sin aquellos valores que hicieron de nuestro país un faro de desarrollo en el Cono Sur.
La violencia es un recurso de resolución de problemas que sólo lleva a una interminable espiral de más violencia, y no creo que nuestro país lo merezca.
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José Daniel Fornerón. Docente de Geografía en General Pico. josedanielforneron@hotmail.com