El diario La Nación publicó hoy un informe sobre el oeste de La Pampa y su situación ambiental económica y social, tras recorrer la provincia en el mes de mayo. El enorme y triste contraste de la región de pampeana húmeda con la pampa seca.
Por Micaela Urdinez, enviada especial para La Nación
«Es la pampa seca. La que tiene menos prensa. A donde enviaron a los indios ranqueles a principios del 1900. La zona que está ubicada en el oeste de la provincia de La Pampa es puro polvo. Es donde no crece la soja ni el maíz y apenas se pueden criar vacas; por eso se priorizan las chivas que son las más resistentes al calor y a la sed. Ahí, donde antes circulaban los brazos de un río Atuel que formaba bañados y humedales, hoy queda solo arena y tierra agrietada. Hambre de Futuro recorrió la zona de Santa Isabel, Paso de los Algarrobos, Colonia Mitre y Algarrobo del Águila durante el mes de mayo. Y vio que los pequeños productores a duras penas sobreviven en este territorio de lagunas y ríos agonizantes, atravesado por una sequía abrumadora. La hacienda se muere, las familias sacan unos pocos billetes de la venta de los animales y van abandonando el campo. Durante el último mes, LA NACION intentó comunicarse en reiteradas ocasiones con Fernanda González, ministra de la Producción de La Pampa, y no obtuvo respuesta. Según un informe elaborado por Unicef en base a cifras oficiales, la mitad (50%) de los chicos en La Pampa son pobres, frente a un 53% registrado a nivel nacional. Los contrastes entre la pampa seca (oeste) y la pampa húmeda (este) son muy marcados y se evidencian en la falta de acceso a la mayoría de los derechos. Los datos del Censo 2022 muestran asimetrías enormes: mientras que solo el 15,6% de los hogares cuentan con baño con cloaca en el oeste, en Santa Rosa escala al 90%; esta brecha también se evidencia en las casas que tienen cocina a gas o eléctrica, siendo solo el 39,1% versus el 95,7%, respectivamente. Lo mismo sucede con el acceso a agua proveniente de red: en el oeste llega al 79% de los hogares contra un 91,5% en Santa Rosa.
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“Hay que crear más políticas públicas en el oeste de la provincia. De todos los proyectos que presentamos para ninguno tuvimos ayuda del gobierno. Vos tenés que ir y visitar a la persona para ver cómo está y ellos no lo hacen. La municipalidad al productor mediano y grande le da 40 bolsas de alimentos. El que no tiene ayuda es el pequeño productor”, afirma Alejandra Domínguez, dirigente de la Cooperativa La Comunitaria, conformada por 68 socios de puestos de La Humada, Puelén, 25 de Mayo y Paso de los Algarrobos. Con mucho esfuerzo lograron construir una planta de alimento balanceado y comprar un camión de frío. Desde el Ministerio de Producción de la provincia reconocen que las condiciones ambientales del oeste pampeano sumadas al fenómeno climático La Niña de los últimos tres años y al corte del Río Atuel por parte de la Provincia de Mendoza, potencian el éxodo rural de las nuevas generaciones de crianceros a los centros urbanos en busca de oportunidades laborales.
“Trabajar en estas situaciones de emergencia no es fácil. Las características propias que nos deparan estas zonas marginales para la producción animal, asociado a barreras socioculturales muy profundas, lo hacen aún más complicado. El Estado provincial está redoblando esfuerzos para poder acompañar a los productores y lograr la estabilidad y sustentabilidad de los sistemas productivos”, señalan desde el organismo. A través de un trabajo interministerial y junto a INTA, Instituto Nacional de La Agricultura Familiar Campesina e Indígena, Universidad Nacional de La Pampa, SENASA, Fundaciones de Sanidad Animal, entre otros, diseña estrategias que permitan abordar las problemáticas de la zona con una mirada sistémica.
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Darío Calfuán no tuvo otra opción. Su familia vive en Paso Maroma y para poder estudiar, se tuvo que internar en el albergue de la escuela rural de Algarrobo del Águila. Con solo 6 años empezó a dormir de lunes a viernes en la escuela. Es el más chico de 8 hermanos y su familia se dedica a la cría de vacas, yeguarizos y chivas. Todos sus hermanos más grandes se fueron a buscar trabajo a otros lugares y solo uno se quedó ayudando a su papá. “No me gusta tanto el campo. Prefiero el pueblo porque podés estar con el celular. Allá no tenés señal y aparte tenés que trabajar con tu viejo”, dice Darío dejando en evidencia una realidad trágica: el campo ya no es atractivo para los jóvenes. Ahí, no ven futuro. Su idea cuando termine la secundaria, es irse a San Rafael a estudiar y vivir en una ciudad.
Economía de subsistencia
Desde el 2022 hasta hoy, la sequía afectó a las producciones pampeanas (principalmente a las del oeste), situación que determinó la declaración de emergencia agropecuaria en el marco de la Ley provincial N° 1785. Los productores que se ubican en esta zona, cuentan con una serie de beneficios por parte del Ministerio de Producción, sobre todo en alimentación o forraje pero, al parecer, no alcanza. La crisis económica y el aumento de precios en los insumos termina por golpearlos tan fuerte que se ven arrastrados a una economía de subsistencia. “No podemos comprar alimentos para los animales, pasto ni rollos. Tenemos que empezar a achicar los números. Si antes comprábamos cinco fardos ahora compramos tres porque no nos da el bolsillo”, explica Domínguez.
Otro de los problemas que tienen es lo poco que reciben por la venta de sus animales. Ana Badal nació en Paso de los Algarrobos y siempre se dedicó a la cría de animales. “Si lo llevamos al pueblo nos cobran la guía y si nos pagan $7000 los terminamos vendiendo a $5000”, dice preocupada. Para Domínguez hace falta mucho apoyo del gobierno para los puesteros como ella e inversión en otras posibles líneas de trabajo como desarrollar más el valor agregado de la cabra con el guano o que haya una fábrica de queso. “Antes en Algarrobo teníamos una mini planta láctea que era de la Municipalidad y en su momento se hacían quesos, cada productor llevaba la leche, hacía los quesos y los mandaba a la planta. Hoy la planta no está trabajando y es una cervecería artesanal. Algunas de las mujeres sí hacemos quesos o dulce de leche pero no nos rinde venderlo en el pueblo. Entonces algunos directamente tiran la leche o se la dan a los animales. Y es un desperdicio eso”, refuerza. Nada ayuda. Ni la falta de agua, ni los caminos intransitables ni la magra producción que no alcanza para llegar a fin de mes.
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“Una familia tipo no puede vivir de 100 cabras. La zafra de los chivitos se hace una sola vez al año, de octubre a diciembre. Venden los chivitos y después el resto del año no sé de qué viven. Desde el municipio se los asiste pero los hijos se van a trabajar a otros campos y se van quedando los padres que se hacen mayores”, explica de Ugalde. Ya no quedan niños ni familias enteras en los campos, solo algunos pocos adultos que se resisten a irse porque es lo único que tienen y conocen. En la zona, tampoco hay trabajo para los chicos cuando terminan la escuela. “No hay nada que te incentive a vivir en el campo. Si tenés hijos no podés vivir con 50 cabras. No te da para comprar pasto, maíz o alimentos para los animales. Los chicos se tienen que ir a otro lado a buscar un laburo. Buenísimo sería que cada chico que se vaya a estudiar afuera, regrese con su título y pueda desarrollarse en el pueblo”, dice Domínguez. En lo que respecta a la producción caprina la provincia observa que ya no quedan productores jóvenes, el stock se viene reduciendo, y cuesta integrarlos dentro de un canal formal, por lo que se proponen seguir trabajando para modificar la informalidad. “Por lo tanto una de las misiones desde el Ministerio es pregonar en formalizar sus producciones, esto por ejemplo se trabaja a través de la Asociación de Cabra Colorada, la cual trata de ir generando un mercado alternativo, diferenciado y de esta manera regular y disminuir la faena informal”, afirman desde el Ministerio de Producción.
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Falta de agua dulce
A la falta de lluvias hay que sumarle que el Río Atuel no está corriendo por su cauce desde hace casi 80 años, cuando en el año 1947 la provincia de Mendoza junto con el gobierno nacional construyeron la represa Los Nihuiles para generar energía hidroeléctrica, con consecuencia ambientales y productivas fatídicas para esta zona. “El ecocidio que se produjo ha sido formidable y no se conoce a nivel país. Este sector de La Pampa ha sufrido muchísimo y ha habido un éxodo impresionante desde que se cortó el río. Nos hemos quedado pueblos muy pequeños y se ha detenido bastante el desarrollo de nuestras localidades”, cuenta Juanita de Ugalde, vicepresidenta de la Asamblea de los Ríos Pampeanos. La vida cuando había río era otra. Existía un sistema de bañados y humedales que eran un parador de aves migratorias que iban de la cordillera al Atlántico, había nutrias y campos con hasta 30.000 ovejas. “Tenemos un fallo favorable hace 1000 días y no se cumple. La Corte Suprema dictaminó en 2020 que Mendoza tiene que dejar pasar 3.2 metros cúbicos de manera permanente para recomponer el ambiente pero no se cumple. Sigue seco”, reclama de Ugalde. Ignacio Martínez tiene 7 años y vive en el Puesto La Libertad, a 20 kilómetros de Santa Isabel. Junto con su hermana Zoe Ludmila (4) se meten en el corral con unas banderas para guiar a los terneritos para que tomen agua de los bebederos. Su mamá, Jésica Carripilón, los va supervisando en la tarea. Como muchos campos de la zona, el suyo está atravesado por las venas del Río Salado. “El problema más importante acá es el agua para los animales que es malísima. Es pura sal. En el verano hay que mezclarla porque sino se mueren. Hay que hacer traer un tanque del pueblo que es más dulce y ahí la mezclamos”, señala.
Cuando la zona era próspera, se criaban ovejas y hasta algunas familias hacían alfalfa. La falta de agua y de pasturas hace que ningún productor pueda tener más de 200 animales. “Una vaca no dura más de 12 años, se le destruyen todos los intestinos por la sal del agua. Eso nos baja mucho la producción. Viene la primavera y como el animal necesita mucha agua, se pone malísima la hacienda. Las vacas adelgazan muchísimo”, explica Nancy Mabel Daniele, productora de la zona. Para Mario Escobar, otro pequeño productor de chivas, hace falta encontrar una respuesta de largo plazo al problema del agua, como la construcción de un acueducto. “Yo siempre le digo a los intendentes que vengan al campo a ver cómo vivimos y todo lo que necesitamos. Para mí no es una solución que la municipalidad me traiga el agua. Esa no es una vida buena para el productor”, señala.
Sin luz ni baño
Las familias que viven en el campo se las arreglan con paneles solares, el agua potable se la traen del pueblo y muchas veces ni siquiera tienen baño. A duras penas les alcanza para tener una heladera, en general están incomunicados (solo consiguen señal en algunos lugares específicos) y ni siquiera pueden tener una huerta. Para Badal los principales problemas que tienen en el campo son los caminos, la falta de conectividad y el agua. En su casa tienen luz con panel solar, para bañarse calientan el agua en una olla y cuentan con un teléfono en el que solo pueden recibir llamados. “Los políticos no vienen nunca acá. Le pediríamos un baño que no tenemos. Cada mes nos traen agua desde la municipalidad sino no tenemos agua. Este año nos ha ido mal. Supe tener hasta 280 chivas y ahora tengo a gatas 100”, cuenta esta mujer que fue hasta 5to grado a la Escuela Hogar de Algarrobo del Águila. En los últimos años, muchas familias decidieron mudarse al pueblo en busca de mejores condiciones de vida o para mandar a sus hijos a la escuela. Venden sus campos o los alquilan. En el mejor de los casos, tienen dos casas: una en el campo y otra en el pueblo. Pero todos los días tienen que ir al verde a chequear a los animales. “Mi esperanza es que mejorando la calidad de vida de la gente en el campo, su infraestructura edilicia, la conectividad, los caminos, potenciando las energías limpias, que tengan acceso a luz eléctrica y una heladera, eso suceda. Pero la realidad dice que la gente del campo se va a ir”, señala de Ugalde. Para Domínguez hay muchas formas en las que el Estado puede invertir en mejorar la infraestructura de las familias que viven en el campo. “Ya que quedamos pocos sería buenísimo que pudiéramos vivir bien. A los pequeños productores los podrían ayudar trayendo bombas solares para poder tener agua calentita. Lo mismo con la comunicación que es fundamental. No hay señal de teléfono y mucho menos Internet”, dice.
Aprender a producir
La salida, para todos, es apostar por una educación que provea a los jóvenes de herramientas para poder quedarse en el campo. Maximiliano Morales es director de la secundaria Colegio Águilas del Oeste de Algarrobo del Águila que tiene una matrícula de 72 alumnos, y que fue creciendo en los últimos años, producto de que cada vez más familias se instalaron en el pueblo. Las que siguen afincadas en el campo son las menos y eso se evidencia en que sólo 10 de los alumnos se quedan en el albergue de lunes a viernes, que son los que viven entre 70 y 100 kilómetros de la escuela. “El mayor desafío de educar en el ámbito rural es garantizar el derecho a la educación en sectores sociales que históricamente han sido excluidos del sistema educativo público. Antes estaba naturalizada esta cuestión de que los chicos que vivían en el campo no vinieran a la escuela”, señala Morales. Desde la escuela se pone el foco en ofrecer una propuesta educativa que atienda a las necesidades de la zona. Eso contempla elaborar propuestas flexibles junto al equipo docente para que los alumnos del campo puedan sostener sus estudios. “Más allá de que aprendan contenidos disciplinarios, lo que intentamos al menos es que terminen alfabetizados, que puedan ver la realidad críticamente y que nadie los engañe, darles herramientas para el futuro”, agrega Morales. Juanita de Ugalde va un paso más allá y propone que desde todos los sectores se desarrolle una política de formación de jóvenes productores. “Si pudiéramos volcar la educación para que puedan llevar adelante una producción más eficiente, los jóvenes volverían al campo. Hay un colegio agrotécnico al que van a estudiar muchos chicos pero no todos pueden acceder a eso y los demás necesitan que se los eduque en su región y en su pueblo. Eso es lo que está faltando”, dice convencida.
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