En mi casa se hablaba mucho de política. Mi papá era socialista, un hombre apasionado por la historia que siempre me charlaba sobre esas cuestiones, tanto las leídas por él, como su historia vivida del siglo 20. Era admirador de Alfredo Palacios, un líder socialista.
Cuando a mí papá le preguntabas qué significaba tal palabra, me mandaba al diccionario y con eso quería estimular la búsqueda.
Todos los domingos lo acompañaba al cine, a él le encantaba. En cambio mi mamá no iba casi nunca porque se juntaba con las amigas a jugar a la canasta. En uno de esas visitas al cine, recuerdo una escena que todavía queda en mi memoria y me marcó.
Días antes se había destituido a Arturo Frondizi como presidente. Mi papá lo había criticado mucho por temas de contratos petroleros que había traicionado. Recuerdo que cuando lo destituyen, yo le digo: «Papá, estarás contento, lo sacaron a Frondizi».
Estábamos en la calle Gil y me responde algo que no me olvido más: «Nunca los golpes de Estado resolvieron los problemas, sino que los intensificaron».
Esa frase de mi papá me sirvió para pensar otro país. En pensar cómo los sucesivos golpes militares, a los cuáles ya no los leí, si no que me tocó vivirlos, produjeron desastres.
La vocación por la historia la aprendí por mi papá. Siempre me hacía referencias históricas. Soy profesora de Pedagogía, que es una materia de formación docente, y siempre le di un enfoque desde una perspectiva socio-histórica. Todas las corrientes del pensamiento pedagógico son de una situación particular y de cada país que no surgen de la nada.
En el 66 estudiaba en La Plata cuando derrocaron a Arturo Illia. Vivía en una pensión de chicas y el dueño nos vino a avisar una mañana que no fuéramos a la Facultad porque se había producido un golpe de Estado.
De inmediato, se cerró la Universidad. Era la famosa Noche de los Bastones Largos en la que intervinieron las Universidades. Salían los profesores con los estudiantes y eran golpeados. Ese triste episodio pasó a las páginas más oscuras de la historia argentina.
Hay registros fotográficos de cómo le pegaban con palos a profesores y a alumnos completamente desarmados. Los ponían en los camiones y se lo llevaban a las comisarías. Echaron a profesores y muchos tuvieron que emigrar. Lo mismo pasó con el golpe del 76.
Son todas imágenes que se quedan en mi cabeza junto a la frase de mi papá. «Nunca los golpes de Estado resolvieron los problemas, sino que los intensificaron».
Cuando escucho a personas que ven a los Gobiernos militares como una solución, me gustaría decirle que lean y que vean los números, por ejemplo. De endeudamiento, de desastre económico, de estar en contra del desarrollo científico.
Lo único que hace progresar un país es a partir de la investigación científica y tecnológica. Sé que no hay países ideales. Solo me gustaría que la Argentina viva sin esta grieta que nos lleva puesto a todos.
María Elena Zandrino se animó y nos compartió una de las vivencias que más la marcó. Es profesora en Pedagogía y tiene una gran vocación por la historia Argentina.
Lo Cuento. Todos tenemos una historia que merece ser contada. Momentos, situaciones, relaciones, que dejan marcas, y que hasta podrían convertirse en una serie de Netflix.
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