Sergio Maravilla Martínez regresó al boxeo ayer y demostró tener intacta su estirpe competitiva. Sin embargo, a pesar de estar lejos de su mejor versión arriba del ring, lo más importante es que conserva un amor propio admirable y una actitud contagiosa.
Pugilista de fama, comediante, actor, conferencista… El costado más humano de un hombre multifacético. El mismo que a los 45 años programa su cabeza para volver a ser campeón del mundo. Bienvenidos a la historia de una pasión desmedida.
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Es mayo de 2019 y a Sergio Maravilla Martínez nadie le desvía la mirada mientras camina por las calles de Buenos Aires. Eso le sienta bien, se encuentra cómodo en ese rol. Lo busca, lo necesita, le gusta. Siempre hay algo misterioso en sus comportamientos y el misterio tiene relación con su espiral de emociones. Él es el mismo que todos los días se encarga de buscar metáforas para entender mejor su realidad. Por eso escribe, por eso lee, por eso actúa, por eso está en constante movimiento.
Llegar a él es muy fácil; apenas un intercambio de mensajes por WhatsApp para coordinar un encuentro. Lo difícil es permanecer en él, mantenerlo concentrado, sentado y enfocado.
“En esta época de cobardes todos los campeones merecemos un reconocimiento”, dice, convencido. Ese puñado de palabras alcanzan para descifrar los efectos colaterales de su amor propio, de una necesidad constante de trascender. Así comprende su vida. El hombre que regresó hace dos días de Madrid —la ciudad donde reside— es el mismo que dice no poder vivir en otra estación que no sea el verano. “Soy insoportablemente movedizo, es mi noveno año sin invierno. No sé si la vida tendría demasiado sentido sin las noches de verano”, agrega.
El hombre que sonríe con cada palabra, el que se muestra enérgico y vital, el que contagia optimismo, también es el hombre que no quiere escuchar jamás consejos ajenos. “Los problemas que te van a ayudar son los propios, eso te hace sabio”, dice. Ese hombre y todos los hombres son Sergio Maravilla Martínez, campeón del mundo de los pesos medianos y que en su época dorada contó con un sinfín de recursos técnicos arriba del cuadrilátero.

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Todas las mañanas, como un mantra, Maravilla se repite al despertarse que anhela con convocar un futuro que no sabe si llegará: volver a boxear. Tal vez porque entiende que encontró en el boxeo a su verdadero amor, a su verdadero yo. “Están saliendo propuestas, me están gustando. Quiero ver cuáles pueden ser los posibles rivales. Posibilidades hay siempre, yo estoy con ganas de pelear”, dice, y se ilusiona.
—¿Por qué querés volver al boxeo?
—Porque siento que tengo algo para darle al boxeo. Vos me ves así, con unos kilos de más. Meterme en el boxeo a mí no me cuesta nada. Me acuerdo cuando yo caminaba por los pasillos con total soltura a la hora de ir a buscar y defender mis títulos del mundo. Arriba del ring peleo, pero cuando bajo, empieza una odisea que tiene que ver con no poder olvidar mis triunfos.
Su última pelea había sido en Nueva York
El 7 de junio de 2014 fue la última pelea de Sergio Maravilla Martínez en la meca del boxeo: el mítico Madison Square Garden, en Nueva York. Ahí fue derrotado por nocaut técnico por el portorriqueño Miguel Coto y perdió el cinturón de los medianos del Consejo Mundial de Boxeo (CMB). Ese mismo cinturón que, dos años antes, el propio Maravilla le había quitado a Julio César Chávez jr, en Las Vegas.
En el Madison Square Garden pareció el final de su carrera como deportista. Fueron 51 victorias (28 por la vía rápida) en 56 peleas, con tres derrotas y dos empates. Pero Maravilla dice tener siempre la ambición encendida. Repetirá, en más de una oportunidad, la siguiente frase: “Los campeones siempre tenemos la obligación de dar un poco más”.
Y había que creerle porque este 21 de agosto finalmente pudo regresar al ring después de seis años de ausencia. Y lo hizo de la mejor manera: venció por nocaut en el séptimo asalto al español José Miguel Fandiño.

Maravilla Martínez y su versión más íntima
—¿Te cuesta mostrar debilidad?
—¿A mí? Creo que nos cuesta a todos.
—¿Qué te pasa a vos con la debilidad?
—Depende a quién le quieras mostrar esa debilidad y de lo que quieras conseguir. Hay momentos que mostrar una debilidad es un arma para ganar. Hay gente que te gana siempre cargándote de culpas a vos.
—¿Cuál es tu mayor fragilidad?
—Eh, ehh, ehhh…No lo sé…. Ser cabeza dura. No sé cómo llamarlo, testarudo, testarudo, testarudo. Esa es la palabra. Para cosas buenas y también para cosas malas. En mi último combate contra Coto fui testarudo. Quise hacerlo igual, a pesar de todo. No me importaba nada las consecuencias. Aún con el costo de lo que implica una derrota en mi vida.
—¿Te arrepentís de esa pelea ante Coto?
—No me arrepiento de nada. Estoy muy feliz de haberla hecho. Yo siempre soy el mismo tipo. ¿Sabés por qué? Porque siempre estoy en constante cambio. Soy el mismo tipo porque nunca soy la misma persona. Pero eso lo sostengo, el haber recibido una paliza terrible en mi última pelea me hizo dar el paso al costado y encontrar un mundo nuevo, maravilloso, como el del teatro, por ejemplo.
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«¡Maravilla, Maravilla, Maravilla!», le grita una chica al pasar.
—Obvio que la miré y que la escuché. Tengo muy entrenado el oído y la visión periférica. ¿Cómo te creés que aprendí a boxear? El boxeo me ayudó a vivir durante muchos años. Me dio mucha fama, pero nunca la busqué. Me pasó que me gritaran «Maravilla» y tener situaciones de pánico, de salir corriendo como un loco, incluso de desmayarme. De estar metido entre 500 personas y que todos se pelearan por tener la primera foto. Me recetaron estos anteojos para bloquear la visión periférica y centrarme en todo lo que tenga por delante. El médico me decía «vos mirá hacia adelante». Ya pasé por esos momentos. Y ahora sé que mi historia cambió. Me tocó perder en la vida.
Con Sergio Maravilla Martínez resulta inevitable hablar de aquellas épocas de fama y de grandeza que se transformaron en una constante aventura. “Llegué a dar 65 entrevistas por día, todo fue una locura, se me fue de las manos. Mi vida superó todo lo deportivo. Yo estuve en el Bailando, con Marcelo Tinelli, y eso arrastró un mar de cosas nuevas. Por lo general, a los deportistas no les pasa. Pero yo quería estar en el Bailando para tener difusión mediática, la necesitaba para poder conseguir el combate con Chávez. Y de hecho, lo conseguí. Eso sí, cuando dejé de ser campeón del mundo, solo mi mamá me llamaba”.
Cuando algo lo incomoda, él recurre siempre al arte de una risa forzada, desesperada, escandalosa. “¡No seas cabrón!”, dice, cuando las preguntas lo sacan de su monólogo. Ahora empezó a enumerar todo lo que tiene en la mente. Lo dice de manera desordenada, como un volcán de palabras. Dice que sueña con conocer a Marcelo Bielsa, que le quiere escribir a Manu Ginóbili, pero no se anima. Recuerda un encuentro que tuvo con Gabriel Batistuta, en Punta del Este. Y con Luciana Aymar, le gustaría sentarse a hablar.
Durante algunos momentos se olvida de él y eso ocurre recién pasados los 30 minutos de conversación, ahí se entrega a su interlocutor y reconoce que le aburren las entrevistas. Simplemente —argumenta— se cansa de que le pregunten siempre lo mismo.
—Me cuesta concentrarme en un diálogo. Yo sé que soy un raro espécimen. Yo viví más de la mitad de mi vida en Madrid. Yo entrenaba siempre en Estados Unidos, a veces también en México. Yo soy un tipo muy particular, es muy difícil mantener un contacto constante conmigo. Yo soy muy intermitente. Yo ya fui al psicólogo por esto. Yo soy de abandonar a la gente. Por ejemplo, yo y vos tenemos una relación muy buena, pero si mañana no tengo ganas de hablarte, no te voy a responder. Pero si el año que viene, te llamo para que nos encontremos, eso no significa que yo me haya enojado con vos. Yo soy así con mis relaciones. Yo desaparezco con mis amigos. Yo soy así con mis parejas. Yo también soy así con mi familia. Yo soy así. Yo, sin competencia deportiva, no puedo vivir. Yo no quiero salirme de mi verdadero yo. Yo extraño boxear.
Yo, yo, yo..
Sus frases vienen con un exceso de yo visceral.
—¿Cómo construiste ese ego?
—El ego no se construye. Se mantiene explícito en uno. Yo empecé a boxear y sabía que iba a ser campeón del mundo. Para mí era algo lógico en algo que no es tan lógico. Eso puede ser ego, puede ser autoestima, puede ser confianza. No sé cómo lo puedo llamar. Es algo que vino conmigo, que estuvo siempre.
—¿Cuáles fueron los efectos adversos que te trajo?
—La pérdida de un montón de gente que nos quisimos. Fueron pérdidas absolutas para nunca más volver a tener contacto.
—¿Saliste dañado?
—A mí no me dañaron. Es decir, me llegó algo de todo eso, de darme cuenta de perder personas que quería de toda la vida. Pero yo les tenía que decir que estaba trabajando para ser campeón del mundo. A todos les dije: “Sé que no van a entender la cantidad de horas que yo me estoy dedicando a esto. Pero traten de comprender que si no hago esto, mi carrera se acaba y puede que no llegue a ser campeón del mundo. Y puede que yo no sea feliz”. Al lograrlo, no me hizo infeliz haber perdido gente. Mi familia podía estar o desaparecer. Yo solo quería ser campeón del mundo. De hecho, fallecieron un montón de personas cercanas a mí, los llore un montonazo, pero al otro día yo estaba entrenando. Pero confieso que hoy, con 44 años, a veces me digo “pucha, qué lástima”.
—¿Te acordás de alguien que perdiste y con quién te gustaría tener un diálogo?
—Siempre tengo en mi cabeza a un amigo que estaba en problemas. Tenía a un familiar con un tema delicado de salud. Él necesitaba un video mío para darle fuerza a una chiquita de 14 años, que estaba esperando un trasplante de corazón. Te lo juro por mi vieja que no tenía fuerzas para grabar el video. Llegaba día a día a mi casa de Madrid y recibía mensajes de que por favor le enviara el video. Yo le decía que me diera un tiempo. Lo cierto es que nunca me pude recuperar para enviarlo. Estuve semanas y semanas, después se enojó, y me mandó a la mierda.
—¿Algo de lo que no te hayas perdonado?
—Ufff, de un montón de cosas. No me perdono el haber sido permisivo con personas que tuve a mi alrededor y fueron verdaderos parásitos, incluso en mi familia. Amores tóxicos. Eso no me lo perdono. Tendría que saber hacerlo para vivir más tranquilo.
—¿Qué imagen te devuelve el espejo?
—Jamás me olvido que soy boxeador. A veces me miro y me digo que no fui lo suficientemente sensato para retirarme antes de ser derrotado. Pero soy un hombre de riesgos. Y por eso voy a volver a boxear.
Su lado intelectual
Sergio Maravilla Martínez escribe cuando tiene algo para contar, y hacerlo se convirtió en uno de sus recursos para transmitir emociones. Escribe de la infancia, de su familia, de sus viajes, de sus ídolos. Lee a Gabriel García Márquez y a Julio Cortázar. Entre tantos sueños que habitan en él, quiere publicar este año un libro de poesías. Pero mucho más escribe para él mismo: para crear nuevos mundos, tener siempre a mano su registro vivencial y para tratar de entenderse.
Madrid, la ciudad que eligió para vivir
Sus días ahora transcurren en las franquicias de su cadena de centros de entrenamiento con sede en España, Brooklyn Fitboxing. Sigue dando charlas de motivación para distintas empresas. Con Miguel de Pablos, su socio, generó la marca promotora de boxeo Maravillabox. “Yo le digo, yo gano la guita grande, vos manejala. Fue el movimiento más importante de toda mi vida”, reconoce.
Maravilla también filmó documentales para HBO y protagonizó la película Pistoleros, que narra la historia de bandidos rurales y fue ambientada en los años 60. El film fue dirigido por Juan Palomino. “Me tocó un personaje muy activo. Rodamos por un mes la película, en el medio del campo. Llegué a comprender cómo algunos actores se vuelven locos. Es que tenés que estar durante 10 horas al día viviendo otra vida completamente distinta a la tuya”, agrega.
—¿Fingiste muchas veces arriba del ring?
—Eso me hizo ser campeón mundial. El arte del boxeo es la actuación, es engañar. El boxeo no es el arte de golpear. Quien lo piensa así, se equivoca. El arte es que tu rival crea una cosa que nunca será.
—En el boxeo existen dos instintos: el de la lucha y el de matar. ¿Cuál se apoderó más en vos?
—El de supervivencia. Ni siquiera el de lucha. El de supervivencia significó trabajar a morir para ser el mejor escapista del mundo. El mejor tipo que evita y que evade las confrontaciones. Yo tenía peleas ásperas y obvio que me sumaba en el intercambio golpe por golpe. A un boxeador no le duele cuando le pegan, estamos preparados para recibir golpes. En lo que no está preparado es para no poder pegar. Eso es desesperante.
