Hay un rinconcito con un gran ventanal en el centro de Santa Rosa, una puerta de vidrio con un cartel tejido que dice “abierto”, una habitación muy luminosa repleta de estantes, colores, lanas, hilos y tejidos. Se siente el calor de la bienvenida. Hay un mostrador, una gran balanza, más y más canastos y canastitos con ovillos y retazos y atrás, sentada en una silla, Pilar Boto está tejiendo.
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Pilar tiene 86 años y recibe a todos con una sonrisa. Parece una mujer alegre, radiante, llena de energía y es la dueña de la Lanería Pili desde hace más de 50 años. Lleva el pelo corto, un sweater tejido por ella, un rosario y varias medallitas. Con voz calma y sin pausa empieza a contar su historia desde el principio.


Pilar nació en Asturias, España, en un pueblito de 30 casas. Desde que era muy chica sufría de asma y a los ocho años decía que se iba a embarcar. Ya a los 16 años, su papá la acompañó al médico, la revisaron y le especificaron dos vacunas, una para la primavera y otra para el otoño y tenía que repetirlas durante tres años.
En ese momento su papá le contó al médico que Pilar tenía intenciones de irse para Argentina. “Ay, mamita querida, pensé. Le dice al médico, pasa esto con mi hija. ¿Cómo se va a ir así por el mundo adelante sola y enferma? ¿Adónde va? A La Pampa ¿Sabe qué? Déjela, que allá el clima es seco. Déjela que se vaya. Y para mí se abrieron las puertas del cielo”.
Pilar cosía y tanto ella como su mamá pensaron que ese era un muy buen oficio para que pudiera ganarse la vida en la Argentina. En principio, se venía a Miguel Riglos a trabajar en el hotel de sus tíos, pero su mamá le regaló una máquina de coser en el caso de que las cosas no llegaran a funcionar.
En 1966, Pilar tenía 20 años cuando se embarcó. Viajó durante 17 días. Iba camino a Miguel Riglos, donde una hermana de su papá tenía el Hotel 12 de octubre que en la actualidad es la terminal de colectivos. Iba a trabajar ahí y le habían contado que se vivía muy bien y que cruzando las vías, ahí mismo, había un sastre y que podía coser.
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En Miguel Riglos estuvo tres meses, porque sus tíos ya habían vendido el hotel y habían comprado una casa en Santa Rosa, la casa en la que hoy vive, en la que tiene la lanería y en donde también alquila un local a una bicicletería. Mientras tanto, en ese momento, Pilar cosía para un sastre. Como ella quería hacer más plata, su tía le consiguió trabajo en el Molino.
“Yo trabajaba en la fideria. Desde otro piso venían los fideos por una tubería. Ahí había que orejear las bolsas de cartón de papel. Orejear era doblarlas. Una sacaba la harina o el fideo o lo que fuere, otra embolsaba, lo sacaba y lo pasaba. La otra la orejeaba. Yo hacía las cajas. Venían cajas de cartón cerradas. Pegadas. Yo iba al piso de abajo, hacía un engrudo, ponía la harina, el agua y con eso ya hacía engrudo. Subía con el engrudo, abría la caja, le ponía, la cerraba, la daba vuelta y la llenaba con lo que fuere. La cerraba, le ponía la etiqueta con lo que contenía y tenía un sello que era para hacerme cargo”.
Pilar Boto
Pilar y sus amigas iban a los bailes del Águila, que quedaba en la esquina de la Plaza San Martín, lo que en la actualidad es La Recoba. “A mi marido lo conocí así. Tenía dos pretendientes y mi marido se adelantó. Me dijo que quería salir conmigo, que quería hablar conmigo, era medio payaso y me conquistó de tanto ir y venir. Él también trabajaba en el Molino, pero en los escritorios”.
En un momento a él lo trasladan a Bariloche y como el jefe no quería emplear a gente sola lo apuró para que se casara con Pilar. Se casaron, Pilar embaló todo lo que tenía y se fue con él.

“Yo estaba acostumbrada a trabajar. Así que empecé a averiguar quién me podía dar trabajo, algo de costura. Me dicen que lo mejor era tejer. ¿Por qué no se compra la máquina y teje? Le digo, nunca vi una máquina de tejer. Cuando vuelve mi marido le digo llévame a Johnson, quiero comprarme una máquina de tejer. No sabía tejer a máquina, pero me dijeron que con la compra de la máquina te daban tres clases gratis”.
Pilar Boto
Con esas tres clases y el librito le tejió un pullover a su marido: “Todo se puede hacer cuando tienes empeño y ganas. Además era joven, re joven, y así fue que empecé a tejer”.
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“Me llevaba veinte minutos la espalda, veinte minutos la delantera, veinte minutos una manga y veinte la otra. Después enganchaba el cuello y ahí se lo daba a Doña María que se ocupaba de coserlos. Yo hacía hasta cinco pulloveres en el día y la noche. Qué manera de tejer. Me los pagaba muy poquito, pero ahorré mucha plata”.
Pilar Boto
Vivieron cinco años en Bariloche, y a los cinco años muere el papá de su marido y la mamá queda sola. “Él era re mamero. Entonces pidió venirse a acompañar a la mamá. Ahí yo traje lana de cabra y de oveja, que acá no había. Fue en el setenta y pico cuando empecé a poner la lanera”.
“Me empezaron a encargar lana de cabra y de oveja, pero pica que la lleva el diablo. Entonces, hacía pedidos a Bariloche, pero un día fuimos a Buenos Aires y compramos lana. Trajimos el coche lleno y le hicimos un pedido para que nos mande en transporte. Bueno, y así empezamos”.
Pilar Boto
Además de la venta de hilos y lanas, Pilar seguía tejiendo para afuera: tenía cuatro máquinas y contrató a tres tejedoras. Además, contaba con dos cosedoras y una señora que la ayudaba con sus dos hijos, Marta y Chiche, y con todas las tareas de la casa, la comida, la limpieza, todo, porque Pilar tenía que hacer doscientos pulóveres por turno. “Mi marido venía del Molino, me ovillaba la lana y la ponía en la bolsa”.


Pilar no solo se ocupa de atender la lanería, sino que también baila tango y folklore. Trata de ir a todos los bailes que puede. Hace trece años, cuando Pilar enviudó, pensó que desde ese momento en adelante pensó que ya no iba a poder ir a bailar, porque para bailar se necesitan dos.
“Para siete mujeres, hay un solo hombre. Así dicen y es cierto. Porque los hombres se quedan viudos y se acobachan. La mayoría no salen más. Las mujeres salimos. Somos arremetedoras”.
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Entonces, sus amigas de toda la vida, todas con sus parejas de tango y folklore le dijeron de ellas no se iba a separar. Así fue. Pero con lo que le gusta bailar tenía mucho miedo de “planchar toda la noche” y cuando no la sacaban a bailar un poco se desesperaba.
Pero un día una clienta le dice “¿te gusta bailar?, me encanta, ¿no quiere que te mande un bailarín? Ah, eso es lo que me falta. Y me mandó a un amigo y somos amigos. Nada más. Tiene 90 años y me busca, me lleva y me trae. Si nos ven bailar, realmente parecemos una piba y él, un pibe. A los dos nos gusta mucho bailar y una vez al mes tenemos cena baile. Los bailes empiezan a las nueve, vamos y bailamos hasta las dos de la mañana”.

La Lanería Pili ya es una parte fundamental de la historia de Santa Rosa, abrió sus puertas hace 56 años y Pilar, que ya no tiene necesidad de trabajar, no está dispuesta a ceder ese espacio. Ese lugar es suyo, lo construyó con mucho esfuerzo y temperamento y, además, le encanta.
Lanera Pili dirección: Juan B. Justo 292, Santa Rosa. Teléfono 02954 42-6271
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