El docente Daniel Fornerón (56) relata en este texto cómo la lectura de un sencillo cuento a su sobrina, del clásico de literatura infantil Cuentos de la Selva, despertó en él, una reflexión acerca de la Argentina.
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Días atrás mi pequeña sobrina me pidió que le leyera un cuento para dormirse. Quizás fue por su edad madurativa que me recalcó que la fábula debía asimilarse a la realidad y que además le dejara una moraleja. Supongo que mi apego a la sangre charrúa hizo que me inclinara a elegir un cuento de Horacio Quiroga, de su libro Cuentos de la selva, llamado: La abeja haragana.
Como es de imaginarse, el relato se desarrolla en una colmena de nuestra bella selva misionera, lugar de residencia de una de las comunidades de insectos más admiradas por el hombre por su férrea organización y su perfecto trabajo mancomunado. Es aquí donde habitaba una abeja que todos los días salía a disfrutar de los bellos paisajes de aquellos lares, pero no cumplía con su habitual cuota de trabajo para con la colmena.
Esta actitud por parte de la abejita haragana hizo que una fresca tarde de otoño las guardianas de la colmena no le permitieran el ingreso a su cálido hogar. Esta situación la llevó a tener que afrontar duros momentos al tener que pernoctar toda la noche en un hueco con una víbora que sólo pensaba en devorarla.
Finalmente al amanecer la abejita pudo volver a su colmena, donde las guardianas le permitieron ingresar ya que comprendieron que había aprendido la lección sobre la importancia del trabajo mancomunado en beneficio de toda la colmena.
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Supongo que mi anécdota no es más que una gota de agua en un mar de inquietudes, en el que diariamente viven millones de argentinos. Pero si tenemos en cuenta que ese mismo mar no sería nada sin la colaboración de cada una de esas gotitas, nos daremos cuenta que con cada acto diario que desarrollamos somos capaces de dejarles una mejor patria a nuestros niños.
No se trata de grandes acciones. Sino tan solo de mínimos actos diarios, como respetar las normas de tránsito, inculcándoles que el apego a las normas y el orden es el único camino; o asistir al vecino desprotegido, con el cual tenemos grandes diferencias políticas, pero donde la honradez intelectual nos recuerda que los derechos humanos no reconocen banderías políticas; o inculcándoles el cuidado de los juegos de la plaza del barrio porque el Estado somos todos; o enseñarles a hacer lo posible para devolver cada objeto encontrado afortunadamente, ya que solamente nos corresponde lo logrado meritoriamente con nuestro esfuerzo, porque la corrupción es un boomerang que siempre vuelve y nos lastima como Nación.
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O tal vez, acompañándolos a las relevantes Fiestas Patrias para inculcarles que mientras sigamos con este absurdo revisionismo histórico actual, seguiremos encontrando conciudadanos que naturalicen el manoseo a nuestra soberanía, como sucede con los actos terroristas encabezados por pseudo mapuches, que además de desconocer abiertamente toda autoridad estatal, dejan la sensación de que todas las vidas perdidas en el nombre de la soberanía nacional han sido en vano.
O quizás cumpliendo con nuestra responsabilidad civil cada vez que lo amerite el resguardo a la democracia, o tan solo enseñándoles que el trabajo dignifica al hombre y hace grande a la Patria. Simplemente a través de un sencillo cuento.
José Daniel Fornerón es Docente de Geografía en General Pico, y oriundo de Entre Ríos. Radicado en La Pampa desde 1991. josedanielforneron@hotmail.com
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