Muchos líderes sienten que liderar es una carga. Una mochila pesada que no pidieron, pero que tienen que llevar. La presión, la soledad de las decisiones, las expectativas cruzadas, los conflictos del equipo, la falta de tiempo. Todo suma. Y a veces, abruma.
Hay una diferencia profunda entre vivir el liderazgo como una carga y hacerse cargo del liderazgo. Esa diferencia está en el enfoque, en la actitud y, sobre todo, en la forma de ver el rol.
Una de las trampas más comunes es pensar que liderar es enseñar al equipo a hacer las cosas como uno las hace. Pero liderar no es clonar, es potenciar. Y eso implica algo incómodo: aceptar que no todos piensan como uno, no todos se exigen igual, no todos avanzan de la misma manera. Liderar implica adaptar la mirada, la comunicación y las herramientas para sacar lo mejor de cada persona.
Muchos líderes creen que están motivando cuando en realidad están estresando. Piensan que empujan con fuerza cuando, en realidad, abruman. Un líder que no regula su propia autoexigencia puede generar entornos donde nadie se anima a fallar, a preguntar o a proponer algo distinto. Y ahí no hay innovación, ni aprendizaje, ni crecimiento.
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Es fácil señalar a los demás: “no están preparados”, “no entienden”, “no reaccionan”. Pero la verdadera evolución comienza cuando el líder se pregunta: ¿qué puedo cambiar yo? ¿qué tengo que revisar de mi manera de liderar? Cuando aparece esa pregunta, empieza el verdadero liderazgo. No se trata de evitar problemas, sino de aprender a navegar en contextos complejos.
Los líderes más eficaces no son los que viven sin presión, sino los que desarrollan herramientas para enfrentarla sin romperse. Se conocen, se entrenan, se adaptan. Y, sobre todo, aprenden a sostener al equipo cuando todo tiembla.
En estas fechas, donde se celebran tanto Pesaj como la Pascua de resurrección, es imposible no pensar en figuras como Moisés o Jesús. Ambos asumieron liderazgos que no buscaron, pero que abrazaron con conciencia y propósito. No lideraron por ego ni desde la comodidad, sino para liberar, para servir, para sostener. En sus historias encontramos una enseñanza profunda: el verdadero liderazgo no se impone, se entrega.
Liderar no debería ser una plataforma para imponer una forma de ver el mundo, sino una oportunidad para construir junto a otros. No se trata de liderar a otros, como quien arrastra. Se trata de liderar para otros, como quien se pone al servicio de un propósito.
Hacerse cargo del liderazgo no significa aceptar todo sin cuestionar. Significa elegir crecer, formarse, revisar lo que ya no funciona. Significa cambiar la pregunta de “¿por qué esto me pesa tanto?” por “¿qué necesito desarrollar para que esto funcione mejor?”.
Porque cuando dejás de vivir el liderazgo como una carga, y empezás a hacerte cargo con intención, con herramientas y con consciencia, ahí sí cambia todo.
Alejandro Lang es Lic en Administración y MBA. Consultor y profesor especializado en estrategia, innovación y habilidades de gestión. alejandro.lang@hulknegocios.com
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