No nos damos cuenta lo fácil que somos para perder nuestro foco. Como un primate mirando un truco de magia, nos perdemos en el dommscrolling de una red social (dando para abajo a la siguiente entrada de Instagram o TikTok como cuando hacíamos zapping con la tv). Esperamos que aparezca esa noticia que nos cambie el día y lo más probable que el día cambie: para peor, por culpa de scrollear.
Doomscrolling hace referencia a pasar horas y horas consultando información negativa en internet.
El time management tiene una connotación mercantilista, sin lugar a dudas. Habla de gestión y le pone precio a un tiempo, ya sea en el negocio o en el ocio. Pero para vencer a quienes nos roban la atención, tenemos que jugar ese juego capitalista o bien estar completamente fuera del juego. In extremis, la muerte, pero tampoco irnos tan lejos.
Hablemos de esa mercantilización del tiempo, el horario laboral marcado por las fábricas, el sol saliendo siempre desde el Oriente para labrar la tierra con el sudor de nuestra frente, como marca el Génesis 1.17.
¿Y si no entendiéramos quiénes realmente nos está haciendo trabajar? ¿Y si fuéramos un dador de energía en esta matrix del foco? Esto es lo que generan con el «efecto Jackpot» las máquinas tragamonedas.
Las empresas de social media hacen que cada publicación tuya tengas aleatoriamente muchos likes, haciendo que trabajes para ellos, el algoritmo para mostrar tu publicación y tener mayor alcance en este juego.
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Por otro lado, el juego del FOMO (Fear of missing out -quedarte afuera-), querer estar en ese lugar que vos no estás en ese momento y entender la grieta, calentando cada vez más el motor de los sesgos de confirmación, enojándote y convirtiéndote cada vez más en un idiota.
Creemos que controlamos nuestros impulsos en las redes, que somos dueños de nuestras decisiones, pero jugamos un juego de un sistema creado en laboratorios de Silicon Valley, que hacen que nos peleemos por políticos que nunca conocimos, por guerras que nunca entendimos, por jugadores que respetaríamos en un asado familiar, nos llevan a extremos del miedo, furia, amor, deseo, con sólo mover el dedo o pulgar.
Estamos con un casco de la Matrix, moviendo la economía mundial, sin movernos y siendo ente sin alma. Por eso estamos perdidos en la vorágine, vorágine por nuestras tareas diarias, de un mundo con una inflación de necesidades, de teléfonos celulares nuevos, de vinos cada día más caros, de ropa de temporada, de autos eléctricos, de restos de comida sintética y ahora en una guerra de quién nos vende lo anterior sumado a qué alimenta nuestro cerebro. Para poder luchar contra esto, primero debemos entender para qué estamos.
¿Para qué queremos el tiempo?
Necesitamos entender nuestro propósito, nuestro fin. ¿Para qué estamos en la vida? ¿Te parece mucho? ¿Nunca te lo preguntaste? Mejor aún, ¿tenemos que tener un fin? Bueno, vamos a ser un poco más epicúreos. ¿Qué es lo que te gusta? ¿Qué querés disfrutar más? ¿Todavía no tenés la respuesta? ¿Qué, no te gusta?
Tenemos cosas que podemos cambiar a corto plazo y otras más a largo plazo. Un trabajo que no nos gusta para algunos puede ser algo que se puede dejar fácilmente, y para otros una cadena difícil de romper.
Algunos podrán ejercer un uso del tiempo bastante propio, mientras otros tendrán migajas del sistema. No obstante, todos tenemos disponibilidad de esas decisiones, de las cuales podemos, aunque sean pocas horas del día, salir de esa caverna donde las imágenes que reflejan son la realidad de otros, y no de nuestra propia vida. Desde la TV a las redes sociales en la actualidad.
El primer punto de este buen manejo del tiempo es saber para qué. Sin este «para qué» somos alma en pena, que somos carne de cañón para caer en el doomscrolling.
Segundo punto, tenemos que entender que la mercancía es nuestro foco, por lo tanto, no debemos llevar nuestro producto al mercado donde nos despojan de nuestra materia prima a un bajo valor.
En «criollo», o como se dice en Centroamérica, tropicalizándolo, tenemos que frenar el uso de las redes y sin caer en un absolutismo. Pero tenemos que tener horarios, horarios que no, tiempo máximo, como cuando le ponemos tope a nuestros hijos con actividades o cuando nos ponían a nosotros.
- Gran hack para esto es no empezar el día mirando la pantalla, uno o dos horas. Puedes arrancar con 30 minutos y no terminar tus últimas dos tampoco. Vas a tener un sueño con menos ansiedad y hay muchos papers que escriben sobre los beneficios de no pantalla antes de dormir.
- Otro hack es bajar la cantidad del uso del mismo los fines de semana. Dejar el teléfono en otra habitación, hacer la técnica pomodoro en el uso y ventanas de uso del mismo.
- Tercero, volver a la conciencia, como en la meditación. Hay momentos en que te vas a lugares que no querés. Vamos a seguir scrolleando por el resto de nuestras vidas. Lo importante es darte cuenta en este momento y tener un mecanismo para cortar.
- Desde el mecanismo del sistema hasta el mecanismo de cuando estamos en ese scrolling, ir a una actividad más productiva, ir a videos guardados de un aprendizaje, ir a aplicaciones de aprendizaje, libros o podcasts.
- O lo más difícil de todas, dejarlo en un costado el teléfono, mirar el techo y aburrirnos y utilizar ese tedio para la contemplación e insertarnos en el arte de la inactividad que nos va a regenerar nuestro pensamiento positivo y creativo.
Hay que aprender las reglas del juego para jugarlo bien.
Alejandro Lang es Lic en Administración y MBA. Consultor y profesor especializado en estrategia, innovación y habilidades de gestión. alejandro.lang@hulknegocios.com
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